Relato II- El deseo


Tan solo quedaban diez minutos para que empezase la misa y Juana todavía no había salido de casa. Había estado durante veinte minutos buscando sus gafas, ya que sin ellas era incapaz de ver a dos metros. Ella siempre llegaba con bastante antelación y se sentada en el banco antes de que llegase el cura y por eso hoy estaba furiosa. Iba a llegar tarde después de 50 años de puntualidad religiosa.

Juana, tenía 67 años y si no fuera por un accidente sufrido en la juventud que le afectaba a la pierna izquierda, estaría en disposición de hacer deporte como cualquier joven del barrio. A consecuencia de ello, siempre tenía que ir acompañada de una muleta y no podía andar durante mucho tiempo sin descansar. Su pelo, se había emblanquecido como a todas las de su quinta, pero la gustaba hacerse distintos peinados para ir a la iglesia cada domingo. Aquel día sin embargo, llevaba un simple moño con el que andaba por casa.

Pasados dos minutos de las doce, hizo aparición en la casa del Señor pero su sitio reservado de todas las semanas había sido ocupado por Jimena, una mujer que aborrecía hasta la muerte. Se conocían desde niñas y siempre se habían llevado mal. Recordó un día cuando tenía 10 años que Jimena, decidida y sin ningún tipo de vergüenza, le cogió las muñecas con las que estaba jugando y las tiró por el puente que por entonces había al lado de la iglesia. Esas muñecas se las había regalado su tío de Alemania, aquel que solo venía una vez al año y por lo general con algún presente. Aquel fue el inicio de una gran enemistad que ha perdurado hasta el día de hoy.

Tuvo que sentarse en la penúltima fila, allí donde siempre se ponían los hombres que no querían escuchar el sermón. Iban obligados a misa por sus mujeres que les reprendían sino aguantaban hasta la ostia sagrada. Al principio, se aburrían como niños y deseaban que no llegará nunca el domingo pero con el tiempo se juntaron un grupo de ellos y ahora disfrutaban de ese día sagrado para tratar de sus temas sin tener que escuchar a sus mujeres. En la iglesia, por lo general, siempre iban los mismos. La Antonia y la Perpe que eran como uña y carne y siempre iban con sus mejores galas. Eran viudas, y al final de la misa siempre acechaban a cualquier hombre que se acercará a ellas. Parecía un documental en el que el felino, tenía que acercarse sin hacer ruido a la gacela para poder tirársele a la yugular, para tener con que alimentar a sus crías. También estaban Manolo y María, un matrimonio muy simpático que llevaban casados la friolera de 70 años, y según dicen, se quieren tanto o más que el primer día. Luego estaban los maridos ateos, a los que le costaba no oírles hablar de su tema favorito, el futbol, como no. Y por último, estaban sus tres amigas de toda la vida, Petra, Carmen y Diana. Las tres estaban viudas y siempre solían quedar los lunes, miércoles y viernes para ir a dar paseos y jugar de vez en cuando la partida. Hacían un grupo muy bueno y entre ellas se daban el cariño que ya no les podían dar sus maridos.

El cura la sacó de sus pensamientos para indicarles que se dieran fraternamente la paz. Juana se asombró al ver que la misa había acabado. A parte de llegar tarde había estado divagando y inspeccionando a todas las personas de la iglesia. Normalmente no podía hacer eso porque siempre se sentaba en primera fila y se sintió todavía peor por no haber escuchada la palabra de Dios. Después de darse la paz, Jimena pasó a su lado con Marta, su nueva amiga y las dos la miraron con una sonrisa de malicia, esa que suelen utilizar los chavales pequeños, cuando se quieren burlar de cualquier defecto del tonto de la clase. Juana sintió furia al no saber que estarían pensando de ella. Últimamente, siempre que la veía, la miraba de arriba abajo y luego se reía. Muchas veces estuvo a punto de apercibirla y preguntar de que se reía pero ahora siempre estaba con Marta y eso la hacía echarse para atrás.

Al de cinco minutos, la iglesia quedó vacía y en silencio. El cura, que por lo general siempre aguantaba unos minutos rezando, ya se había ido. Juana se giró para dirigirse hacía la calle pero pensó que tenía que pedir perdón a Dios por haber llegado tarde. Así que se volvió y tras llegar a la primera fila, apoyó la muleta en el banco y con lentitud se arrodilló para comenzar a rezar.

- Quería pedirte perdón por mi falta de puntualidad. Lo siento de verás pero no encontraba mis gafas y sin ellas no podía salir de casa. Pero no te preocupes que antes de irme, voy a rezar cinco Ave Marías y tres Padres Nuestros. ¡Ah! Y otra cosa. Ya se que esto no te lo debería pedir a ti porque tú no estas para servirnos a nosotros sino al revés pero me duele mucho que Jimena siempre se intente burlar de mi. Nunca la oigo decir lo que piensa de mi pero me lo puedo imaginar, aunque no estaría mal que por un día, pudiera escucharla para poder plantarla cara. Pero bueno, olvídate de esto, ya me las arreglaré con esa bruja. ¡Uhhh! Lo siento, se me ha escapado, no se que me pasa hoy. Añadiré 3 Ave Marías más a la lista.

Al de veinte minutos, después de haber realizado sus rezos y haber pedido perdón, salió de la iglesia y poco a poco se encaminó hacia casa.


El lunes amaneció pronto para Juana. Para las seis y media de la mañana estaba arriba y la primera salida la hacía, como todas las mañanas, al supermercado a comprar leche y pan. Después de una vida sin apenas trabajar, la había quedado una pensión muy baja, muy por debajo del mínimo para poder vivir con dignidad pero ella ya había encontrado soluciones para poder llegar a fin de mes sin tener que pedir a tus hijos una ayuda. De lunes a jueves, comía pan con un poco de queso y cenaba un vaso de leche. Luego ya el fin de semana, comía alguna galleta y a veces, se preparaba una tortilla siendo para ella un autentico festín. A las ocho de la tarde, el día se acababa para ella y se iba a dormir, de esa forma apenas consumía luz por la noche. Y sino, tenía unas cuantas velas cogidas prestadas de la iglesia. Ya había rezado unos Padres Nuestros por esta cuestión. Y para ducharse, se solía acercar a la fuente del pueblo con una garrafa de 5 libros y con ella poco a poco se aseaba hasta quedar limpia.

Al volver del supermercado, se encontró a la salida del ascensor con Jose, el vecino del quinto. Debía tener 28 años y era muy guapo y simpático. Sabía que era muy mayor para él pero eso no le impedía girarse para ver como ese culo que Dios le había dado, subía y bajaba mientras se alejaba de ella.

- ¡Buenos días José! ¿Qué tal? ¿Te vas a trabajar? Pues deberías abrigarte un poco que ha salido un día fresco. Además ha dicho el tiempo que va a llover así que deberías cogerte un paraguas- le recomendó Juana.
- Gracias señora, pero no se preocupe que llego enseguida al trabajo. Además voy en coche. Hasta luego entonces- se despidió sonriente. [Joder con la vieja, todos los días con el mismo rollo que si me abrigue, que si coja un paraguas... que ya tengo una madre leches.]- dijo para sus adentros José ya en la puerta.

Juana, se sorprendió por lo que acababa de escuchar. ¿Cómo se había atrevido a decirle eso? ¿No le habían enseñado modales sus padres? Con el cariño que le tenía y él le trataba así. Intento llamarle pero el joven ya había salido del portal cerrando las dos puertas a su paso. Mientras subía el ascensor, Juana se sintió triste. Normalmente una persona con una edad ya tiene suficiente sufrimiento como para que le recuerden que es un carca y un pesado. Entró en su casa y tras limpiar un poco el polvo, se preparó para quedar con sus amigas.

Para variar, ella fue la primera en llegar. Petra, Carmen y Diana se habían acostumbrado a salir de casa a la hora en la que quedaban. Ella sin embargo, no podía hacer eso. Se había llevado muchas rabietas y siempre se decía que para la próxima vez, ellas serían las que la esperarían pero al final, nunca era capaz de llevarlo a cabo y volvía a llegar la primera. Al final, aparecieron las tres riéndose seguramente de algo que habría contado Carmen. Era la graciosa del grupo y le gustaba su papel así que nunca desaprovechaba la oportunidad de contar algo y sonsacarnos a la vez una sonrisa para su colección.

- ¿De que os reís, granujas? ¿Es que nunca vais a llegar a vuestra hora?- les reprochó Juana.
- Anda Juana, no empieces otra vez con el mismo tema- le dijo mientras se reía Petra.
- No, esta claro que tengo la batalla perdida pero alguna vez os las devolveré todas juntas.
- Que si Juana, hala vamos- le respondió Carmen. [Como chochea ya esta mujer. Lo que ha perdido de unos años para atrás. Le hace falta un hombre con el que pueda saciar...]
- ¡Carmennn! ¿Pero? ¿Cómo puedes decirme eso? – Juana no cabía en si. Estaba bien que bromeasen con ella pero siempre había un límite.

Petra y Diana se quedaron boquiabiertas al ver el cambio de humor de Juana. Sabían que ya no tenía tanta paciencia como en sus años mozos, pero no creía que tuviese motivos para ponerse así.

- ¿Qué te pasa Juana? ¿Por qué te pones así con Carmen?- la preguntó sorprendida Diana, la mejor amiga de Juana.
- ¿Como? ¿Pero que os pensáis? ¿Qué soy un mono de feria con el que os podéis divertir a vuestro antojo? No me lo puedo creer- le respondió con furia.
- Vamos a tranquilizarnos todas por favor. Vamos a aspirar aire y luego a expirar
- ¡Cállate por favor! ¿Pero de verdad que no la habéis oído? Ha dicho que ya chocheo y que necesitaría un hombre para que me diera todo lo que me falta.

Carmen no podía creer lo que estaba oyendo. Juraría que lo había dicho en voz baja pero entonces ¿como era posible que ella lo supiera? Le pareció que era ella la que ya chocheaba y se maldijo por haber cometido ese error.

- ¿Qué? Carmen no ha dicho nada de eso. ¿Has venido con ganas de tener una discusión o que?- le reprocho Petra.
- Juana cariño, anda vamos a tomar un té y así nos relajamos-le dijo Diana mientras la rodeaba con un brazo. [Pobrecilla, se está volviendo loca. Vamos a tener que buscarla una residencia, que pena]

Juana se giró sorprendida. ¿Qué la estaba pasando hoy? ¿Se habían puesto todos de acuerdo para hablar mal de ella a la cara? ¡Que valor! Pensaba que podía tener muchas manías pero de ahí a que pensarán eso de ella, era demasiado y más aún, tu mejor amiga.

- ¿Tú también Diana? – la dijo cruzando sus miradas

Diana, al igual que le había pasado hace unos segundos a Carmen, palideció y si sus amigas la hubieran mirado en ese momento, habrían pensado que Diana había visto un fantasma. Se puso blanca y agachó su mirada por vergüenza.

- Oye Juana, ¡vale ya! No voy a soportar que nos trates como si fuéramos trapos. Si te has levantado hoy con el pie izquierdo lo sentimos, pero no vamos a tolerar esto. Vámonos chicas.

Juana vio como se alejaban a paso firme sin mirar ninguna hacia atrás. ¿Era justo que después de escuchar lo que le habían dicho encima tuviese que ser ella la que se quedase sola? Levantando la mirada hacia el cielo, pidió ayuda al Señor y espero durante unos segundos una señal, pero no pasó nada.

Hoy era un día extraño, la suerte no estaba de su lado y para colmo, le dolía la pierna más de lo habitual. Ya se lo había dicho esta mañana a su vecino, el tiempo iba a cambiar y cuando eso pasaba, ella lo notaba. Una vez que ya no pudo avistar a sus amigas fugadas, se dio la vuelta y se dirigió al lugar donde aquello no podía pasarle, donde se sentiría segura y a gusto.

La campana de la iglesia tocó como cada hora durante treinta segundos mientras las palomas de la plaza revoloteaban buscando comida. Empezó a subir las escaleras, con una gran sonrisa, ansiosa de tener alguien a quien rezar y con el que poder hablar. Pero el día había empezado mal y se seguiría torciendo hasta que llegará la hora de acostarse. Ante ella, saliendo del lugar hacia donde se dirigía con alegría, apareció su enemiga Jimena. Pero esta vez no iba Marta con ella. Supuso que Jimena no imaginaría que se iban a encontrar y quizás entonces no la necesitaría. Si hubiera estado Marta, habría agachado la cabeza y continuado su camino pero se envalentó y la lanzó su mirada más odiosa y violenta que tenía. Jimena, que no iba a ser menos, la miró con la misma rabia y al igual que había hecho el día anterior dentro de la iglesia, la lanzó una sonrisa burlona.
[Mírate, eres una vieja horrorosa, coja y detestable. Tengo suerte de no parecerme a ti porque solo encontraría una solución: el suidicio]

Si la hubiera dicho eso a la cara, Juana habría sido capaz de pegarla con la muleta pero la sorprendió ver como había sido capaz de oírla sin mover ella los labios. ¿Qué pasa, que aparte de gorda y fea también era ventrílocua? No le extrañaría nada, viniendo de ella. Jimena, se enalteció al ver que su contraria estaba pasando miedo. Su expresión había cambiado y si no hubiese estado coja, seguro que se habría ido corriendo, pensó Jimena.

Juana, despertando de sus pensamientos, se acercó lo máximo que pudo hacía ella y con una mirada penetrante, empezó a hablarla:

- Así que piensas que soy horrorosa y detestable, ¿eh?

De repente, la sonrisa burlona de Jimena se evaporó y empezó a preguntarse como lo habría sabido. Juana, viendo que la situación había cambiado, decidió aprovecharse de lo que le estaba pasando hoy para contraatacar y darla el estoque final.

- Se todo lo que piensas sobre mí. No tienes secretos mientras esté yo delante. Si, ya lo sé, te preguntarás como lo hago. Pues te lo voy a decir con mucho gusto. Soy bruja. Pero bruja de verdad no la clase que tú te piensas. ¿Y sabes que más hago a parte de escuchar a los que se encuentran a mi alrededor?- espero a que su pregunta calara en la mujer.
- No- pudo responder Jimena sin saber que pensar.
- Budú. ¿Sabes en que consiste? Te lo voy a explicar. Consiste en una técnica milenaria para hacer daño a alguien sin estar ella presente. Solo hace falta tener algún objeto que le haya pertenecido a esa persona.- le explicó a la vez que la arrancaba un pelo de su cabellera.- Como esto.

Jimena empezó a temblar y a llorar como una niña pequeña. Juana nunca hubiera pensado que sus ojos contemplarían ese momento así que esta vez fue ella la que sonrió. Después de rogarla que no lo hiciera y que lo sentía mucho, salió corriendo desapareciendo de la amplia plaza donde a esa hora, se celebraba el mercadillo del pueblo. Antes de entrar, se prometió que pediría perdón por lo que acababa de hacer. Merecía la pena recibir un castigo de Dios pero quedarse tan a gusto.

En la iglesia, reinaba una paz que no podías conseguir en ningún otro lugar. Tan solo había un par de personas y la mujer de la limpieza, que pasaba la fregona a la altura del Santo Juan. Con el ruido de la muleta acompañándola, se acercó al confesionario donde el cura leía tranquilamente un salmo de la Biblia.

- ¿Se puede padre?- preguntó Juana
- Por supuesto Juana, ya sabes que para ti siempre tengo un momento. ¿Vienes a confesarte?- le contestó el cura Ramón mientras cerraba la Biblia.
- Si padre, hoy he pecado y me gustaría ir a comer con el alma limpia.
- Esta bien, comencemos entonces. Ave María purísima.
- Sin pecado concebido- esta parte ya se la sabía de memoria. Se confesaba tres veces por semana aunque la mayoría de ellas, no tenía nada de lo que arrepentirse. Pero le gustaba hablar con Ramón y contarle lo que había hecho por si existía algún pecado en sus hechos de los que poder liberarla.
- Cuéntame hija, ¿Qué te preocupa?
- Acabo de cometer un pecado a la puerta de la iglesia. He mentido y me he aprovechado de una situación para poder burlarme de una persona.- dijo sin levantar la mirada del suelo.
- Bueno Juana, no pasa nada. A veces cometemos errores y después de un día duro, tendemos a pagarlo con el que menos lo merece.- le explicó con una sonrisa.-[Esta mujer va a acabar conmigo. Viene a confesarse cada tres días pero yo creo que es porque se aburre en casa. Es una señora mayor y creo que tiene un carácter que pocas amigas le aguantaría. Que el Señor se apiade de ella.]

Juana que todavía mantenía la mirada en el suelo, la levantó dejando una estela de ira que tardó en evaporarse. Lo podía esperar de sus vecinos, de Jimena, e incluso de sus amigas, pero del padre Ramón, eso era el colmo.

- ¡Padre! ¿Usted también? ¿Os habéis puesto todos de acuerdo hoy para despotricar sobre mí?
- Pero hija, ¿que te pasa?- dijo asustado.
- Ni hija ni leches. Le acabo de escuchar todo lo que ha dicho. Que me aburro en casa, que si nadie me aguanta. Nunca hubiera pensado esto de usted.

El Padre Ramón sobresaltado ante los hechos que estaban ocurriendo, cogió la cruz que colgaba de su cuello y se la acercó a pocos centímetros de la cara de la mujer.

- Tú, hijo de Satán. Te ordenó que salgas de la casa de Dios ahora mismo. Siempre he pensado que eras una mujer extraña y ahora sé porque. Él te envía. El mismísimo Lucifer. ¡¡Largo!! – le gritó el padre temblándole las manos.
- ¿Qué? Pero Padre, encima de insultarme, ¿me está diciendo que salga de la casa de mi Señor? No me lo puedo creer. Que sepa que esto no va a quedar así, voy a escribir al Obispo y al Papa si hiciera falta, pero de mí no se ríe nadie- le voceó mientras se giraba y entonaba el camino hacía la salida. Había pensado que allí se sentiría segura pero esta muy equivocada. Y si aquí tampoco podía estar, ¿A dónde iría? Antes de salir de la iglesia, se dio la vuelta y miró a Jesús crucificado. No tienes derecho a hacerme esto. Te he dado mucho durante mi vida y ¿así me lo pagas?- y tan rápido como lo dijo salió de la iglesia.

Ya en casa se sintió más tranquila. Hay veces que el mejor sitio es el propio hogar. Estuvo andando por el pasillo pensando que la estaba ocurriendo. Pensó que era una pesadilla y que enseguida despertaría, también pensó que alguien le habría echado un mal de ojo. ¿Pero por qué? Ella nunca había hecho daño a nadie. La única de la que sospecharía algo así, sería de Jimena, pero viendo lo de esta tarde, ella no podía haber sido. ¿Qué podía hacer? Se dirigió convencida hacia las páginas amarillas, pensando que allí encontraría la solución pero una vez abierta la guía no sabía que buscar. Sería bruja o hechicero o quita males de ojos, pero ninguna de esas palabras aparecía. Se sentó en el sofá derrotada y se puso a llorar. ¿Qué iba a hacer si esto continuaba? Se volvería loca y al final llegaría al mismo destino que había predestinado Jimena, al suicidio.

Levantó la cabeza y sus ojos se chocaron con una figura de Jesús. ¿Realmente había sido especial? ¿Había obrado milagros? Nunca se había planteado esas preguntas. Siempre, haciendo uso de su gran fe, había creído todo lo que el padre Ramón les había contado, aunque fuese difícil de creer. Pero ahora, el padre ya no tenía credibilidad, la había comparado con el diablo, con el mayor enemigo del cristianismo y eso le había hecho mucho daño. Sin quitar la vista de la figura, recordó algo del día anterior. ¡Si!, podía ser eso, seguro. Estaba siendo castigada por querer ser como Él, como el todopoderoso. De repente todo cobró sentido y en su cara se dibujo una gran sonrisa. Incluso el dolor de la pierna remitió y rompió a llorar de nuevo, pero esta vez de alegría.
El día anterior, antes de salir de la iglesia, había deseado poder saber lo que pensaban de ella. Estaba dolida por el comportamiento de Jimena y Marta y recordaba que lo deseó de corazón. Entonces era verdad. Los milagros existían. Ese había sido el suyo, poder percibir sensaciones que en la vida real no eran posibles. ¡Guaua! Tenía ganas de contárselo a sus amigas pero enseguida se convenció de que no podía. Si lo hacía, Dios se podía enfadar con ella. Esto sería su secreto.

Sin embargo, la alegría le duró poco. Solo el tiempo suficiente hasta que llegó a formularse una pregunta: ¿Hasta cuando va a durar esto? La aterró no conocer la respuesta. Seguro que cualquier persona, le cambiaría de lugar. Hay ocasiones en las que nos gustaría saber que están pensando sobre nosotros, conocerlo aunque sea malo. Así es el ser humano, pero también hay una cosa clara. Todo en abundancia, puede resultar peligroso. Imagínate poder escuchar todo lo que piensa la gente de ti. Pensó en Carmen mismamente. Ella se cree que es muy graciosa, que todo lo que dice tiene un toque humorístico que pocos pueden igualar pero lo que no sabe, es que hay muchas veces en la que sus chistes no son graciosos y si realmente conociera la verdad, seguramente que dejaría de ser bromista. Esto la entristeció. Tenía 67 años y había vivido mucho y visto muchas cosas pero no quería conocer todo lo que pensaba la gente sobre ella. Prefería vivir en una mentira, pensando que es una mujer agradable y simpática en vez de una horrorosa bruja y que solo sabía hablar del tiempo. En ese momento fue interrumpida por el timbre. Habían llamado a la puerta.

Cogiendo con su mano izquierda la muleta, se acercó a la puerta, ojeando por la mirilla antes de abrir. Era su vecino de enfrente, Damian. Tenía 70 años pero a Juana le parecía un hombre muy atractivo. Se había imaginado atacando, pidiéndole una cita muchas veces pero a la hora de la verdad, siempre era vencida por su vergüenza y volvía con sus tropas a su castillo, Abrió la puerta y Damian le saludo con una enorme sonrisa.

- ¡Hola vecina¡ ¿Qué tal? Te llamaba por que estoy haciéndome la cena y se me ha acabado la sal, ¿podrías prestarme un poco?- le pidió sin borrar su sonrisa. - [Que pedazo de mujer. Llevo años queriendo tenerla para mí, pero seguro que me diría que no. Que suerte la mía]

Juana no podía creerlo. A él también le gustaba. Sin darse cuenta comenzó a sonreír como una loca llegando incluso a asustar a Damian.

- ¿Te pasa algo Juana? – le dijo agarrándola de un brazo.
- No perdona, es que hoy me ha ocurrido algo gracioso y me estaba acordando de ello. Ahora te traigo la sal. – se dio la vuelta y se dirigió hacia la cocina. Había vuelto a mentir, así que mañana debería ir a confesarse de nuevo. Al pasar por la sala, vio de nuevo la figura de Jesús. La sonrió y le dijo: ¡Gracias!
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Relato I-La tribu


Caminaba sin poder levantar la vista del suelo. Todo el mundo me miraba y algunos se atrevían a arrojarme piedras o cualquier objeto que tuviesen a mano. Todavía no entendía muy bien como había llegado hasta esa situación pero estaba aterrado. Nunca imaginé que el fin fuera a llegar tan pronto y que ocurriera tan lejos de casa. Añoraba mi tierra, mis amigos, mi novia, el bar del barrio, las fiestas en verano, los días de barbacoa, todas esas cosas que las sientes como normales, como si fueran un derecho constitucional hasta que llega el día en que te vetan de todo. Ese día te das cuenta que aunque no hayas tenido una cantidad de 9 cifras en el banco, ni una casa de 500 metros cuadrados en la sierra, ni una modelo como acompañante, has vivido como un privilegiado. Has hecho lo que has querido, has vuelto a casa el sábado cuando tu cuerpo ya no podía asimilar mas alcohol, te has comprado un coche que pasa de tus posibilidades, etc... Has jugado con la libertad sin pensar en que un día, podría cambiarte por otra persona que estuviese realmente mal.

Pues ese día ha llegado. Hoy, no se realmente el día, pero algún día de agosto, me a tocado a mi, Daniel Mendez y mi libertad ha sido reemplazada por unas cuerdas que no dejan moverme ni de pies de ni manos. Intento adivinar donde estoy pero no lo reconozco. No se cuanto tiempo llevo aquí y me duele mucho la cabeza. ¿Y mis amigos? Me gustaría creer que están detrás del siguiente árbol y que cuando pase les veré retorciéndose de risa por los suelos mientras se burlan al ver mi cara de pánico. Nunca me ha gustado que se rían de mí, pero ese día pagaría porque lo harían. Pero mi suerte también se ha ido. Esto no es como en las películas en el que en el último instante, cuando ya nadie creía que se iba a salvar, ocurre un milagro y consigue escapar del peligro, o rescatar a la doncella. Hollywood, el mundo de los sueños que hacen que llegues a creerte ese superhéroe capaz de derrotar al mismísimo superman, y quedarte con la chica deseada por todos, en estos casos no sirve de mucho.
Me atrevo a levantar la cabeza y me sorprendo al ver que la gente me observa. Estoy siendo transportado pero no atisbo a ver el destino. Poco a poco voy recuperando la vista, antes un poco nublada por un golpe que recibí en la cabeza, y consigo diferenciar a esas personas que permanecen quietas observándome. Nunca los he visto, de eso estoy seguro. Además, la indumentaria que llevan no es muy normal. Tienen la cara y el cuerpo pintado. Los hombres llevan taparrabos y las mujeres una pequeña falda pero no se han molestado en tapar sus pechos. Al mirar a mi izquierda, veo un hombre que anda al ritmo del carro. En ese momento empiezo a temblar al ver que lleva un sable en la mano.

La frente me suda pero no llegó a limpiármela porque no puedo moverme. ¿Que ha pasado? ¿Por que estoy allí? Tengo que recordar. Si hoy voy a morir, por lo menos que sepa porque. Pero me cuesta. El golpe en la cabeza ha debido producirme amnesia y espero que sea a corto plazo. Lo último que recuerdo con un poco de claridad es que hice un viaje de vacaciones con mis amigos a un pueblecito situado en Brasil. Vinimos aquí recomendados por unos compañeros de trabajo básicamente por dos motivos: el primero era que íbamos a disfrutar de la naturaleza al estilo más puro. Todavía existen muchos kilómetros de selva virgen, con sus secretos y también peligros por desvelar y es satisfactorio poder saciar el impulso de ese pequeño aventurero que todos llevamos dentro. El segundo motivo es por la fiesta y el sexo. Nos contaron que por el precio de un cubata en Madrid, allí tienes para emborracharte toda la noche y por pocos euros puedes llevarte a varias mujeres contigo a intentar hacer realidad ese sueño que siempre has tenido.

En definitiva que al final cogimos un avión y en Brasilia, nos esperaba un taxi para llevarnos a nuestro hotel. Nos sorprendió mucho la pobreza que reinaba en torno al hotel. Siempre estas al tanto de todo por medio de los telediarios pero nunca llegas a hacerte a la idea de verdad hasta que no estas allí.

En ese momento algo me hizo abandonar mis pensamientos para volver al mundo real, al mundo en el que no deseaba estar. El hombre del sable, estaba intentando comunicarse conmigo pero no conseguía entenderle. No parecía tener cara de muchos amigos y aunque estábamos al lado, los decibelios de su voz superaban con creces el de una discusión rutinaria. Le dije varias veces que no le entendía pero creo que el tampoco conocía mi idioma. Echando un gran escupitajo al suelo, el hombre continuo andando a la par que el carro jurando en su idioma.

La gente continuaba mirándome. Había hombres, mujeres, niños y ancianos de todas las edades. Pero todos estaban en silencio, ninguno hablaba con nadie y cuando el carro pasaba a su altura, agachaban la cabeza. Intente darme la vuelta para observarles una vez rebasados pero un dolor agudo hizo que me cuerpo se arqueara formando una figura difícil de repetir. Había sentido algo a la altura de los riñones. Al girarme para ver que me había golpeado, el hombre del sable me miraba con una mirada de odio extrema. Ahora el sable estaba en posición de ataque y de su boca resplandecía una enorme sonrisa. No pude soportarlo y aparte mi mirada por el miedo a una posible represalia. Me sorprendió ver que junto mi pierna había una piedra del tamaño de una manzana. Estaba claro que esta gente no funcionaba con las leyes de Europa occidental y sabía que tampoco iba a ser juzgado dignamente. ¿Pero que iban a hacer realmente conmigo?

Sin darme cuenta, volví a sumergirme en mi subconsciente, intentando averiguar mas cosas de porque estaba allí. Después de llegar al hotel, me acuerdo que en recepción nos dieron un panfleto explicándonos las reglas a seguir en la selva. La gente quizás no se de cuenta, pero si vas a un país con muchas barrios pobres y con una gran jungla aun por descubrir, hay unas reglas que debes seguir para que no te roben, te pierdas ni mueras por la picadura de un desconocido insecto. También nos dieron las llaves de un jeep, que nos llevaría al punto de inicio de la excursión. Sin perder un segundo, subimos a la habitación y lo primero que hicimos fue darnos un baño, allí hacia un calor espantoso, que se te pegaba a la piel siendo casi imposible liberarte de el. Al de 30 minutos, quedamos en recepción y como mis amigos ya habían empezado la fiesta con cervezas, me tocó conducir a mí. Creo que ya estaba cerca de saber que nos había ocurrido pero mis recuerdos volvían poco a poco, como si tuvieran miedo de volver todos a la vez y descubrir entonces lo que realmente había hecho. Tenía la intención de continuar investigando pero el carro se paró de repente.

Hasta ahora, había sido conducido por la mitad de la calle del poblado, pero ahora parecía estar en medio de la plaza. Estaba totalmente llena de gente y al contrario que antes, la gente no paraba de hablar. Algunos cantaban mientras otros, realizaban un baile extraño en el que las palmas eran el único instrumento. El hombre del sable, ya no se encontraba al lado del carro, ahora estaba solo, en el centro de toda esa gente que no conocía y peor aún, que no sabia que iban a hacer con él. No podía más, estaba muy nervioso y me sentía igual que si estuviera encerrado en un ataúd. Deseaba cerrar los ojos y que al abrirlos de nuevo, esa gente se habría ido pero como había pensado antes, eso solo pasa en las películas. De repente, se hizo el silencio. Fue tal el cambio de ambiente, que se me pusieron los pelos de punta. Descubrí que uno de los peores castigos que puede existir es no saber nada. Tu imaginación empieza a traicionarte y cualquier movimiento o acción hace que te pongas alerta a lo que pueda venir. Es un sensación agónica en el que lo único que deseas es que todo termine.

Del fondo de la plaza, se hizo un hueco. Un hombre viejo, con todo el cuerpo pintado y con un palo con plumas en su punta hizo aparición. Si le hubiera visto en mi ciudad, hubiera pensado que era un jodido loco. Saliendo de la nada, el hombre del sable se le acercó y le empezó a hablar al oído. El hombre, que debería ser el jefe, no movía ni un músculo y su mirada era toda dirigida a mí. Cuando el hombre terminó de hablarle, el jefe, se limpió el sudor de la frente con su mano libre y tras permanecer quieto durante un minuto, se dirigió con paso no muy rápido hacia donde yo me encontraba.

Cuando llegó a estar a un metro de mí, se paró en seco y comenzó a hablarme en el mismo idioma que lo había intentado antes el hombre del sable. Yo, al igual que antes, intenté expresarme con gestos, indicándole que no le entendía. Entonces, él sonrió y me estremecí al ver su diabólica sonrisa. Nunca había visto nada igual, ese hombre no tenía cuatro colmillos como el resto de personas, todos sus dientes eran colmillos. Parecía que se los hubiese afilado uno a uno hasta lograr esa imagen capaz de estremecer al mayor asesino. Tenía ganas de llorar y a la vez de morir ya. Contra antes pasase, menos sufriría. El hombre miró a su derecha y e hizo un movimiento con la mano. Segundos después, entre toda la multitud apareció otro hombre dirigiéndose hacia nosotros. El miedo se esfumó como un rayó de mi cuerpo mostrando una leve sonrisa. La persona que se dirigía hacía mi era blanco y vestía del mismo estilo que yo. Debía ser europeo y sino norteamericano pero una cosa estaba clara, no era de la misma raza que el resto. Al llegar a mi lado, intercambió unas palabras con el jefe y después se giró hacia mí.

- Do you speak English or France, Spanish, Chinese?- me preguntó siendo la primera frase que entendía desde que me despertará en esa pesadilla
- Spanish, spanish- le dije alegre de poder comunicarme con él.
- Hombre, español. No soy muy experto pero viendo tu acento diría que eres europeo, ¿no es cierto?
- Si, soy de España. He venido de vacaciones con mis amigos y no se como me he despertado aquí sin saber que ha pasado.

El traductor, debió de traducirle al jefe lo que le había dicho. Después una pequeña espera, volvió a hablar.

- Me llamó Gabriel y estás en el poblado de los ‘makues’. Y tengo que decirte que no te encuentras en una buena situación.
- ¿Por qué? ¿Qué ha pasado? ¿Qué he hecho? Solo he venido de vacaciones a descansar unos días y me gustaría volver a mi casa.- dije temblando después de escuchar lo que acababa de decir.
- Yaa- se frotó la barbilla con una mano. A los españoles, os gusta mucho venir por aquí debido a que el alcohol y las mujeres son muy baratas. Así podéis emborracharos hasta donde queráis y como vosotros decís, follar hasta que estáis cansados. Pero no os dais cuenta de que a veces el alcohol os juega malas pasadas y toda acción tiene su consecuencia

Estas palabras me hicieron estremecerme más de lo que había hecho el hombre del sable. ¿Por qué decía eso? No habíamos hecho nada malo o eso creía.

- ¿Te importaría decirme porque estoy en una jaula con las manos y los pies atados?
- Claro, es lo justo. Vas a ser juzgado por asesinato- la gente del poblado no entendía español pero tras decir esto, parecieron enloquecer y empezar de nuevo a chillar hasta que el jefe levantó una mano y todos callaron.
- ¿Asesinatooo? Creo que os estáis equivocados. Yo he venido de vacaciones y no he matado a nadie. – no podía creérmelo, pero esto se estaba yendo demasiado de las manos.
- ¿Ves a ese hombre que tiene pintado un lobo en el pecho?- le dijo indicándole.
- Si, lo veo- contesté.
- Pues has matado a sus hijos. Tan solo tenían 6 y 7 años. Se encontraban jugando con otros niños en la jungla cuando apareciste tú y tus amigos con un jeep. ¿te acuerdas?

Esas palabras hicieron estremecerme. No podía ser. Los últimos recuerdos estaban aflorando y no eran nada buenos. Él conducía el jeep mientras sus amigos cantaban y chillaban ya un poco bajo el efecto del alcohol. Debían de haber empezado en el avión porque no eran de esos de estar piripis tan solo con una cerveza. Hubo un momento en el que Carlos, empezó a molestarme y al final se me tiró encima. Eso me hizo perder el control y tras chocar con algo, oímos un fuerte golpe, volcamos y debimos dar varias vueltas de campana. Esa era lo último que recordaba.
Miré a Gabriel con la esperanza de que lo que me había dicho fuera broma pero no fue así. Parece como si le hubiera escuchado sus pensamientos:

- Antes de volcar os llevasteis por delante al pequeño y metros después, el otro hermano fue totalmente aplastado por el jeep.

Estas palabras me hicieron palidecer, no podía ser cierto. Empecé a tener ganas de vomitar pero tan solo pude deshacerme de algunos fluidos. Hace un par de días llevaba una vida normal, con un trabajo, una novia que le quería y ahora era un asesino, lejos de casa e iba a recibir su merecido.

- ¡Lo siento! Fue un accidente. Yo no soy un asesino, ¡te lo juro!
- Te creo, pero así sois los occidentales. Os creéis los dioses, pensáis que por tener dinero en un lugar con pobreza podéis conseguir y hacer lo que queráis sin consecuencias. Y solo pedís perdón cuando os veis de mierda hasta el cuello, se dice así, ¿no? Pues lo siento, pero aquí, como en tu país, hay unas leyes y has de cumplirlas.

El jefe y Gabriel volvieron a intercambiar palabras. Cuando acabaron, el jefe se dio media vuelta y se sentó en un sillón que le habían colocados sus súbditos.

- ¿Dónde están mis amigos?
- Da igual donde estén. Tendrías que preocuparte por ti amigo, que lo tienes un poco difícil.
- Me da igual, quiero saber donde están. Si les habéis hecho algo, decírmelo por favor.- grite desperado. No estaba en condiciones de gritarle pero quería pensar que ellos estarían buscándome para llevarme a casa
- Está bien. No quería hacerte pasar por este trago pero tú me lo has pedido.- se alejó hasta la orilla de la plaza y habló con 2 hombres que enseguida desaparecieron.

Al de un par de minutos, volvieron a aparecer portando una caja entre los dos. La caja debía ser del tamaño de un televisor de plasma de 32 pulgadas pero con un poquito mas de fondo. No entendía nada, si estaban intentando meterme miedo lo habían conseguido hace ya rato. Cuando llegaron a mi lado, dejaron la caja en el suelo y volvieron por donde habían venido cruzándose con Gabriel.

- ¿Qué es esto?- le pregunté con ira
- ¿Sabes? Me caes bien, me pareces una persona sensata y educada y esto me gusta tan poco como a ti pero es lo que querías ver- dijo mientras levantaba la tapa de cartón.


Un olor nauseabundo invadió la jaula haciéndome llevar las manos a la nariz para evitar vomitar. Olía a carne podrida. Sin quitarme la mano de la boca, dirigí mi mirada al interior de la caja. Lo que vieron mis ojos fue lo más asqueroso que he visto en mi vida y tuve que girarme para no vomitarme en las piernas. Esto tenia que ser una pesadilla, no podía ser real, era demasiado incluso para una película así que me pellizque con todas mis fuerzas en el brazo y tuve que hacer un esfuerzo para no chillar. Era real, mis amigos habían sido descuartizados y descansaban en la pequeña caja que le habían acercado. ¿Cómo podían haber hecho eso? Haciendo un esfuerzo y sin saber muy bien porque, volví a mirar a lo que quedaban de sus amigos. Distinguí la cabeza de Carlos, tenía los ojos cerrados y le faltaba un trozo de mandíbula. También pude ver pies cortados a la altura de los tobillos, brazos, manos pero también se apreciaban órganos desprendiéndose del cuerpo. No pude más y rompí a llorar implorando a Dios que me perdonará. Pero Dios en ese momento se encontraba ocupado con otros asuntos siendo así ignoradas mis plegarias.

- Vamos, el juicio tiene que comenzar. El pueblo está impaciente.- le dijo Gabriel.
- ¡Estáis locos! ¡Putos locos! ¿Y me llamáis a mi asesino? ¡Deberíais estar todos en un puto psiquiátrico!- ya no pude más y explote lo que no sentó nada bien al jefe que con tan solo mover las manos, aparecieron en escena dos hombres altos y fuertes. Parecían recién salidos de un gimnasio y no tenían cara de hacer amigos.
- ¿Y ahora que? ¿Cómo son los juicios en este puto pueblo? ¿Voy a poder defenderme o me voy preparando?
- Se que estás molesto pero la vida es dura y hay que acatarla. En algunos países te encarcelan por darte un simple beso por la calle. En otros las mujeres no pueden ir sin un hombre al lado y sabrás muy bien que en alguno de oriente, lapidan a mujeres por el simple hecho de casi hablar con un hombre a solas estando casada. Son diferentes culturas y ahí que acatarlas. Cuando vas de viaje a un país con otra cultura, tienes que estudiar sus costumbres para saber que no debes hacer. Tampoco creo que puedas reprochar nada porque en cualquier país te juzgarían por matar a dos niños, así que no piensen que somos raros. –le comentó Gabriel intentando hacerle comprender que no eran tan locos como pensaba.
- ¿Y que me dices de mis amigos? ¿Me estas diciendo que es normal, que la ley, coja a 3 personas indefensas, sin armas y tras un accidente no solo les maten, sino que les troceen enteros? – sabia que no tenia escapatoria así que tenía que sonar convincente.
- Quizás ahí tengas razón. No es lo común, pero te encuentras en la tribu de los ‘makues’. ¿Has oído alguna vez hablar de ellos?
- Pues no, ¿tendría que haberlo hecho?
- Quizás si lo habrías hecho, sabrías que habitan en la frontera de Brasil con Perú, en la jungla justo donde vosotros ibais a pasar unos días. Y si hubieras leído algo más, quizás no habríais venido.... –dejo sin terminar la frase
- ¿Por que? ¿Estáis en guerra? ¿Tenéis la puta peste?
- No, algo más simple aún. Es una de las pocas tribus del mundo que a día de hoy sigue practicando el canibalismo.

Me quedé blanco. Habría esperado cualquier cosa menos eso. ¿En que año vivía esta gente? ¿Había existido eso alguna vez? Había leído algo sobre este tipo de tribus pero pensaba que era un bulo como muchas otras cosas. No por favor, ¿Cómo puede permitir nuestro Dios este tipo de cosas en el siglo XXI? No podía creer la diferencia abismal que exilia entre cualquier país desarrollado y esta tribu. Parecía que seguían en la Edad media. Seguro que no tenían ningún electrodoméstico y menos aun, no sabrían ni lo que sería la electricidad. Pero al fin y al cabo, esto no es lo importante, ya que cada pueblo vive a su manera pero ser caníbal...

- ¿Y ahora que? ¿Me vais a comer?- pregunte muerto de miedo
- Siento decirte que sí. Desde hace siglos, la tribu ha adaptado el canibalismo a su cultura pensando que así, absorberían la fuerza y el espíritu de la persona ingerida.
- ¿Pero que gilipolleces son esas? ¿No veis que eso es una tontería? – el miedo hacía que dijera este tipo de cosas que no le iban a ayudar nada.
- Se que no lo vas a entender. Esto en tu cultura sería portada en todos los periódicos y televisiones. Aquí sin embargo, saben lo que hay pero nadie dice nada. Lo único que tienen que hacer es no acercarse demasiado.

Ya no sabia que decir, no tenia ganas de hablar, de todos modos, ya nadie me iba a salvar. Si esto fuese una película, ahora sería el momento de que apareciesen los geos, Tarzán o el mismismo Rambo y se cargará a todos con una metralleta y un par de granadas pero como he dicho antes, esto es la vida real, donde por lo general, siempre que puedan, te van a dar por culo y pocos van a mover un dedo por ti.
En ese momento, el jefe, ya cansado de tanto esperar, hizo otra señal y los hombres avanzaron hacia mí. La gente, empezó de nuevo a gritar y a armar bullicio. Eso les gustaba, no había duda.

- Lo siento Daniel, de verdad que me hubiera gustado que esto hubiera salido de otra manera pero no ha podido ser. Lo único, ya que vas a morir, te tengo que decir una cosa. Aunque el pueblo es caníbal, siempre se comen la carne una vez muerta la persona. Pero esta vez no va a ser así.
- ¿Queeee? ¿Qué me van a comer vivos? ¿Pero estáis locos? Joder, que preguntas hago, pues claro que si, sois unos putos chiflados de mierda- dije mientras el sabor de la muerte se apoderaba de mi.
- Lo siento pero es la ley, cuando alguien mata a un menor, merece un castigo y ese castigo es morir devorado vivo. Suerte en otra vida Daniel- dijo mientras se alejaba dejando paso a los dos fornidos hombres.
- ¡Que te jodan cabrón! Ojala te pudras en el infierno y te devoren todas las almas del diablo.
-
El hombre del sable, que había desaparecido de su vista durante toda la conversación, cortó las cuerdas que mantenían firme la puerta de la jaula. La puerta cayó hacia delante mientras los dos caníbales se acercaban rápidamente. Mire hacia la izquierda y luego hacia la derecha. No tenía escapatoria, sino me comían los dos hombres, lo haría el pueblo. Pensé en luchar pero solo había que verles para saber que de cien peleas, ganarían las cien. Ya solo se encontraban a tres metros de mí. Me arme de valor y decidí ponerme de pies mientras recibía un calambre en la pierna.

Levante la mirada al cielo y rece por mi familia y por mis difuntos amigos. Empecé a ver pasar mi vida como en una película. Mis primeros años en el colegio, mi primer entrenamiento a futbol, mi primera novia, mi primer polvo, las escapadas que hacia cada mes con mis amigos evitando las broncas de mis padres, mi primer coche y mi primer accidente al intentar fardar delante de aquella chica de cuarto. Y así seguí recordando hasta que note la primera punzada de dolor en las costillas. Grite con todas mis fuerzas pero no me dio tiempo a acabar ya que en ese momento el otro me mordía en el muslo. Intente desprenderme de ellos pero me tenían apresado como dos pitbull. Estuve a punto a desmayarme cuando el primero me arranco la carne de debajo de las costillas. Mire hacia abajo y pudo ver la parte inferior de mi pulmón. Me quedé mirando al primer caníbal para ver cual seria su siguiente movimiento pero se me olvidó que eran dos y el otro tiro de la carne que tenia apresada en sus dientes, desgarrándome todos los músculos del muslo. Me empezaron a temblar las piernas y la vista se me empezó a nublar debido a que estaba perdiendo mucha sangre muy rápidamente. Al final, no pude más y caí de rodillas. Sabía que me quedaban segundos de vida, quizás un minuto pero ya no tenia miedo. Estaba contento porque había tenido una buena vida y siempre había intentado hacer el bien. Así que mirando a uno de los dos hombres, sonrió y le dijo:
- ¡Que te jodan!

En ese momento, el otro caníbal que se encontraba a su espalda, le arrancaba la mitad del cuello de un mordisco certero muriendo al instante sin sufrir ni un segundo mas. Al ver el cuerpo sin vida, el jefe se acerco y con un cuchillo le cortó la cabeza para alzarla acto después en alto provocando el éxtasis del pueblo.
Posted on 1:19 by Abel and filed under | 2 Comments »

Los pilares de la tierra



ARGUMENTO
El gran maestro de la narrativa y el suspense nos transporta a la Edad Media, a un fascinante mundo de reyes, damas, caballeros, pugnas feudales, castillos y ciudades amuralladas. El amor y la muerte se entrecruzan vibrantemente en este magistral tapiz cuyo centro es la construcción de una catedral gótica. La historia se inicia con el ahorcamiento público de un inocente y finaliza con la humillación de un rey. Los pilares de la tierra es la obra maestra de Ken Follett y constituye una excepcional evocación de una época de violentas pasiones.

OPINION
Hasta ahora, puedo decir que es uno de los mejores libros que he leido sin ningun tipo de dudas.
Siempre habia tenido la idea de que el argumento del libro no sería de mi gusto, de que seria demasiado descriptivo y por el tamaño del mismo, quizas aburrido en varios decenas de hojas. Sin embargo un dia, comence a leer comentarios en internet y decidi comprarmelo.

La historia me ha encantado y a la vez asombrado. Descubres las tretas de reyes, caballeros y monjes por tener el poder, quedando la fe y las buenas acciones en un segundo plano. Apenas me he aburrido leyendolo, solo basta decir que en la primera semana me habia leido 800 paginas. Al final me dio pena acabarlo porque ya no iba a poder seguir las historias del prior Philip, del maestro constructor Jack, del caballero Willian y compañia pero tambien me senti contento de poder llegar al fin de este gran libro.

Se lo recomiendo a cualquiera que quiera sumergirse en algunos de los problemas que pudieron darse en la Edad Media y a todo aquel que no se atreva a leerlo, que le de una oportunidad, merece la pena.

Cuando pase un tiempo, me compraré la segunda parte 'Un mundo sin fin', con la ilusion de que sea tan apasionante como éste.

Nota : 9,75
Posted on 9:49 by Abel and filed under | 0 Comments »